martes, 11 de junio de 2019

Un curso de verano para pensar críticamente

Uno de los adelantados del escepticismo en España, el periodista Luis Alfonso Gámez, organiza la IV edición del curso de verano de la Universidad de Burgos «Ciencia, pseudociencia y pensamiento mágico». Luis Alfonso ha sido el creador y director de este curso desde su primera edición. Pueden encontrar más información en la entrada que Luis Alfonso Gámez ha publicado en su blog Magonia:
https://magonia.com/2019/06/03/curso-ciencia-pseudociencia-y-pensamiento-magico-burgos-2019/.

Me alegra comunicar que Luis Alfonso Gámez me ha invitado a impartir una de las clases de este curso, que se titulará «Pseudohistoria e inventos del poder antes de las fake news». Historia y escepticismo van juntos desde tiempos remotos. Heródoto escribía con el ánimo de superar las noticias que daban los logógrafos, término que designa a los historiadores anteriores al “padre de la Historia” y que Tucídides empleaba para reprochar a otros historiadores que redactaran discursos que solo velaban por el interés de sus clientes y por buscar reconocimiento público.

La Historia se fundamenta en análisis basados en datos comprobados y comprobables, a los que se puede acceder para contrastar si la afirmación del historiador es correcta. En el centro de la vieja lucha entre la Historia y la propaganda se encuentran las fuentes historiográficas. Si no hay trabajo en fuentes historiográficas, habrá crónica, croniquilla o cronicón, pero no Historia. Si las fuentes historiográficas sufren manipulación, mutilación o falsificación, nos encontramos ante una farsa con pretensiones de Historia.

Por eso no es posible hablar de Historia sin pensamiento crítico: porque las fuentes historiográficas deben estudiarse críticamente, porque es necesario entender bien en qué se fundamentan los análisis que se presentan en artículos, libros o soportes audiovisuales. El pensamiento crítico ha permitido depurar fuentes historiográficas que se repetían, sobre las que se construyeron toneladas de trabajos historiográficos durante muchos años… pero que no soportaron el peso de una revisión bien hecha.

Estoy ilusionada por participar en este curso y hacerlo aportando una visión historiográfica. Con frecuencia, se establece una relación biunívoca entre escepticismo y ciencia, y me alegra contribuir a romper esa visión monolítica y alejada de la realidad. El escepticismo se basa en la razón y en el pensamiento crítico, y esto nos pertenece a todos, seamos de ciencia o de letras. En el escepticismo organizado español, que ya cuenta con una trayectoria de años, trabajan de forma activa personas de formación diversa: antropólogos, biólogos, periodistas, ingenieros, historiadores, médicos, diseñadores gráficos, filósofos, enfermeros, arqueólogos, así como personas sin titulación universitaria pertenecientes a campos de actividad muy variados. El pensamiento crítico es una facultad humana universal.

Les animo a matricularse en este curso, no tanto por escucharme a mí (que alguno de ustedes estará aburrido de oírme) sino por disfrutar de las clases de Helena Matute (@HelenaMatute https://helenamatute.wordpress.com/), Mauricio José Schwarz (@elnocturno https://linktr.ee/maujose), Raúl Urbina (@verbavolant http://www.urbinavolant.com/verbavolant/), Daniel Torregrosa (@DaniEPAP https://about.me/danitorregrosa), Dolores Coll, Guillermo Quindós (@ErnestoQA http://www.ehu.eus/ehusfera/mikrobios/), Vicente Prieto y el propio Luis Alfonso Gámez (@lagamez https://magonia.com/). Aquí tienen el enlace para matricularse en el curso:
https://www.ubu.es/te-interesa/ciencia-pseudociencia-y-pensamiento-magico-iv-edicion-cursos-de-verano

sábado, 13 de enero de 2018

¿Por qué no se digitalizan obras descatalogadas?

Esto me pasa a mí por querer leer una obra editada en 1973 y desaparecida de circulación, salvo en algunas bibliotecas y en el mercado de segunda mano.

Juan Ignacio Gutiérrez Nieto publicó en 1973 su obra Las Comunidades como movimiento antiseñorial (La formación del bando realista en la guerra civil castellana de 1520-21). La leí con verdadero interés en el decenio de 1990, y acabo de encontrar mis notas sobre el libro. 

Estoy más resabiada que una vaquilla de feria, así que no esperaba ni remotamente encontrar el libro a la venta. Si en España somos tan borricos que no hemos sido capaces de reeditar obras fundamentales como la de Miguel Artola sobre la hacienda del Antiguo Régimen, tampoco cabía esperar un trato distinto a este libro de Gutiérrez Nieto, que aborda un aspecto fundamental de la Guerra de las Comunidades.

Entiendo las muchas y buenas razones que dificultan la reedición en papel; pero no puedo entender la facilidad con que las editoriales -en este caso, Planeta- dejan morir descatalogadas obras que pueden editarse digitalmente. Y si las editoriales, que son empresas privadas, deciden no invertir recursos en digitalizar su fondo editorial, ¿por qué no cooperan los poderes públicos en mantener vivos los libros a través de las nuevas tecnologías? 

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Astrología: no es no

Astrología

Lo que no puede ser, no puede ser. Y, además, es imposible.

La frase se atribuye a Talleyrand y algunos creen que su autor fue Guerrita, el torero que –según se dice- acuñó el famoso “más cornás da el hambre” (*). Ministro o torero, el autor acuñó un pleonasmo de uso corriente que hoy hago mío para hablar de astrología... o, mejor dicho, para negar su validez. Y, de paso, la del resto de las técnicas adivinatorias.

No haré una crítica extensa, consistente en desmontar las afirmaciones de esas mancias que aseguran leer el futuro, ni denunciaré la inutilidad de la lectura de la posición de los astros o de la longitud de las líneas de la palma de la mano. No vale la pena abundar en la inutilidad de tal  o cual técnica es inútil. Todo es mucho más sencillo: el futuro no se puede adivinar porque no existe. De ahí la cita de Talleyrand: no es posible vaticinar lo que no existe, no puede ser. Y, además, es imposible.


(*) Junto con el “... o llevarás luto por mí” de El Cordobés, una frase que explica bien el impulso de tantos toreros de antaño.

martes, 19 de abril de 2016

La cordura de Soledad Gallego Díaz y la imbecilidad publicitaria

La voz sensata y reflexiva de Soledad Gallego Díaz destaca entre la maleza de opinadores con complejo de macho alfa o de madre superiora avinagrada. He escuchado con interés su opinión sobre la entrevista que hizo Jordi Évole el domingo pasado a Arnaldo Otegi.

Ni tiempo me ha dado a procesar la última palabra de Soledad Gallego. Sin solución de continuidad, un actor que representaba el papel de majadero ha publicitado las bondades de un coche diciendo algo así como que iba a llamar a sus hijos "wifi" o "wifo" o no sé qué memez.

El coche es de una marca alemana que presume de su germanidad en los anuncios. El contraste de la imbecilidad del anuncio con las palabras de Soledad Gallego son una verdadera metáfora de la civilización y la barbarie. En este caso, la barrera no la marca el "limes" con los pueblos bárbaros, sino la tendencia de tantos publicitarios a diseñar anuncios para descerebrados. Deben de divertirse mucho imaginando a un cliente potencial necio y ridículo. Ahí cobra sentido el uso de target, porque el personaje imbécil imaginado por ellos es una verdadera diana a la que le caen todos los dardos de los señoritos del casino, que matan el tiempo forjando la nueva imagen del tradicional tonto del pueblo.

La apelación a la racionalidad y la sensatez de la opinión de Soledad Gallego es la cara de una cadena de radio comercial; los anuncios de coches son la cruz de la búsqueda de ingresos para sostener la emisora. Lo que no se entiende es esa deriva publicitaria en la que unos creativos venden basura a una empresa que presume de seriedad mientras insulta burdamente la inteligencia y la dignidad de sus clientes potenciales.

Ah, sí. Es Opel.

martes, 22 de diciembre de 2015

Negacionismo histórico: cita

"El negacionismo no es una mera fabulación, una recreación más o menos fantasiosa sobre el pasado, que trata de divertir o entretener a los lectores. Tampoco es simplemente una visión excesivamente ideologizada sobre determinados hechos históricos. Más allá de todo eso, el negacionismo se define como un fraude historiográfico, es decir, una lectura del pasado que pretende adoptar la apariencia de análisis riguroso y científico pero que, en realidad, se basa en la manipulación y la tergiversación de los testimonios y de las fuentes".

GARCÍA SANJUÁN, Alejandro: La conquista islámica de la Península Ibérica y la tergiversación del pasado, posición 5876. Madrid, 2013.

El énfasis con negrilla es mío. Me gusta esta definición, clara y sintética, del negacionismo.

viernes, 17 de abril de 2015

Pseudohistoria: fuentes y no fuentes de la historia

Siempre ha habido pseudohistoria. Es mucho más fácil enredar invenciones y deducciones imaginativas que estudiar durante años para sentarse en un archivo a leer documentación o a masticar polvo en una excavación. Está mejor pagado, a juzgar por las cifras de ventas comparadas de Javier Sierra y de José Manuel Galán.  También reporta mayor popularidad, aunque este sea un valor en baja tras Gran Hermano.  Pero... ¿cuántos sabéis quién es José Manuel Galán? Exacto: José Manuel Galán es el egiptólogo.

La historia requiere método y capacidad analítica. Parte esencial del método histórico es la fuente, nombre ilustrativo que damos a los recursos de donde se sacan las informaciones necesarias. Las fuentes se clasifican como primarias o secundarias, dependiendo de si son documentos o restos originales o si se trata de escritos elaborados por otros expertos. Una fuente secundaria podría ser el artículo de James Casey titulado “Queriendo poner mi ánima en carrera de salvación”: la muerte en Granada (siglos XVII-XVIII); una fuente primaria, los testamentos originales que James Casey consultó para poder escribir su artículo. No hay trabajo histórico sin fuentes, sean documentales o de restos de cultura material.

La imaginación, la suposición y la sospecha no son fuentes de la historia. Con ellas se han tejido muchas historias apócrifas que han servido incluso para deshacerse de enemigos políticos, como atestiguan en tiempos recientes la conspiranoia de los cazadores de masones y criptocomunistas. Incluso se han falsificado documentos y restos, haciéndolos pasar como legítimos instrumentos del pasado. La famosa “donación de Constantino”, con la que los papas justificaban su poder sobre los Estados Pontificios, fue desmontada por métodos filológicos por el gran Lorenzo Valla, que con su crítica puso en solfa una creencia sostenida durante siglos por los partidarios del poder temporal del papa. Muchos fueron los intelectuales de los siglos XV a XVIII que pusieron en tela de juicio esas falsificaciones que, desde reliquias a documentos de bronce, sostenían una maraña de mentiras y de dogmas incontestables. A tal punto llegó la crítica, que se acuñó el concepto de “dolo pío” para justificar que se siguiera aceptando la veracidad de cosas que se sabían falsas, con el único fin de promover la piedad del pueblo sencillo. Sencillo, en este caso, quiere decir analfabeto y pagador de bulas, diezmos, primicias y pechas.

Pero dejaré de momento el espinoso asunto de la falsificación de fuentes. Para los cazadores de misterios, no es necesario llegar tan lejos: hay quien extrae curiosas suposiciones de un despeñadero conceptual y analítico procedente de la nada.  O de la medio nada que, al igual la medio mentira, es aún más dañina.


jueves, 22 de enero de 2015

También el papel miente: "por hacerme amistad y buena obra"

El estudiante de Historia recibe a lo largo de cuatro o cinco años un verdadero baño terminológico, del que emergen repetidamente ideas relacionadas con la dificultad del análisis. Hay “factores múltiples”, “causas complejas” y “contextos”. Muchísimos “contextos”.

La peligrosidad del contexto es digna de Escila, Caribdis y los Cuatro Jinetes del Apocalipsis juntos. No hay profesor ni escrito de metodología histórica que no haga hincapié en la peligrosidad de un contexto escurridizo al que hay que prestar atención con los cinco sentidos. Sacar las cosas de contexto es, para el historiador, mucho peor que sacar los pies del plato: es abominar de una piedra angular de la disciplina. Descontextualizar es propio de gacetilleros de tres al cuarto: los historiadores formados saben prestar atención a ese contexto que debería festonear los títulos de Licenciatura o Grado, a modo de encaje de bolillos sobreimpreso.

Una forma de entender esta lucha por el contexto es dejar sentadas las diferencias culturales que nos separan de nuestros antepasados. Y uno de los errores habituales es cargar las tintas en las diferencias y no reconocer los parecidos. No es extraño que así ocurra, porque la historia analiza cambios a través del tiempo, y las diferencias saltan a la vista con más viveza que las largas líneas de continuidad que configuran esa unidad del género humano que trasciende épocas y lugares.

Rindo pleitesía al contexto, desde luego. Pero no puedo evitar observar las continuidades, lo que nos une a quienes vivieron siglos antes que nosotros. Cuando leo documentación antigua, lo primero que me salta a la vista es lo parecidos que somos. Esa unidad del género humano me fascina y me conmueve. Incluso me hace reír en los archivos, que no son los sitios más idóneos para soltar una carcajada, ante la mirada sorprendida y ocasionalmente cómplice de los otros investigadores.

Maliciosa como soy, lo que más llama mi atencion es lo mucho que nos parecemos en las flaquezas: el disimulo de la mala acción, las excusas para no pagar a los deudores, las mentiras para no cumplir palabra de matrimonio.

La ocultación de actos indebidos daría pie a redactar una enciclopedia. Humanos somos: obramos mal y tratamos de borrar las huellas de nuestras acciones impropias. Buscamos excusas, nos justificamos como podemos. Y aportamos información incorrecta a las autoridades y a los fedatarios públicos para eludir las consecuencias de nuestras trapacerías.

Historiadores del futuro: no busquéis datos para los precios de la vivienda en las escrituras notariales de finales del siglo XX. Los precios consignados en esas escrituras os darán una idea aproximada del montante total de la operación pero, en algunas ocasiones, el precio escriturado es inferior al dinero realmente entregado. La diferencia es difícil de establecer. Un diez, un veinte por ciento. Lo que se consideraba que no llamaría la atención de la autoridad fiscal. Viendo el cuidado con que se revisan las declaraciones del IRPF, resulta difícil creer que se escriturase por debajo del dinero entregado, pero así parece que ocurría.

En conductas así tenemos a quién parecernos: nuestros antepasados declaraban ante notario cosas totalmente inverosímiles, que hacían constar por escrito para encalar de credibilidad la fachada. En las sátiras, los escribanos proporcionaban el modelo para la hipocresía. Nadie los criticó con tanta saña como Quevedo, que los condenaba al infierno en sus Sueños y los tachaba de venales en su Mundo es juego de bazas:
  
El escribano recibe
cuanto le dan sin estruendo,
y con hurtar escribiendo,
lo que hurta no se escribe.

Los seres humanos somos especialistas en saltar vallas y evitar las puertas con que algunos quieren cerrar el campo. La evasión fiscal daría para escribir volúmenes llenos de argucias de todo tipo, acompañadas del mazo con el se golpea al débil y el encaje de seda con que se acaricia al poderoso. La historia de la Carrera de Indias es la historia de la evasión fiscal por antonomasia. Y aún hay historiadores que afirman que hay descenso de comercio donde lo que realmente baja es el volumen de efectos declarados.

Historiadores del presente: no busquéis datos sobre préstamos con interés en las escrituras notariales del siglo XVII. Poco encontraréis sobre una práctica condenada por la religión y el uso social. Buscad más bien, si queréis reír a mandíbula batiente, esos documentos en los que se afirma que Fulánez devuelve a Mengánez la cantidad de X maravedís, que es exactamente la misma que recibió tiempo atrás, y que Mengánez le había entregado “por hacerme amistad y buena obra”. Leedlos con atención y desacralizad la letra escrita, que no por quedar fijada en el papel es más veraz que un chisme.

Que el escribano firmase escrituras no significa que cuanto en ellas figure sea cierto y verificable. El escribano da fe de lo que las partes declaran. Y si Fulánez afirma que Mengánez no le cobró intereses, el escribano lo consigna por escrito. Culpa nuestra será si damos al papel más valor del que tiene y aceptamos sin pestañear que en el siglo XVII no se estilaba cobrar intereses en los préstamos. Dar por bueno el papel sellado equivale a creer que en el Siglo de Oro los préstamos eran adelantos que amigos y familiares hacían a sus seres próximos y que no se hacían pagar el riesgo ni la ganancia; a creer que aquellos traspasos de fondos obedecían a la “amistad y buena obra” y no al ánimo de lucro. Muy filantrópica la sociedad del Siglo de Oro; esa misma sociedad que consigna y valora hasta la última hilacha que lleva encima de dote la mujer y el último botón de los bienes que se legan en testamento.

“Por hacerme amistad y buena obra” significa un interés variable incluido en la cantidad que se devuelve e incluido en la cantidad que se prestó, omitiendo la referencia a ese interés que algún maledicente podría tachar de usura. La amistad y buena obra significa, por ejemplo, que doña María de Rueda y Cabrera y don Francisco Santiago Galardi no recibieron los 180 doblones de a dos escudos de oro que, según se afirma en la escritura,Vicente y Domingo Cantuchi le habían entregado en enero de 1703 (*). Recibieron una cantidad menor que, junto con los intereses, sumaban esos 180 doblones. De ningún modo podía figurar algo que recordase a la usura, ya que los Cantuchi eran Secretarios de la Cámara Apostólica y habría quedado muy feo reconocer que agentes de la Santa Sede se dedicaban al préstamo con interés. La investigadora que leyó la escritura no creyó ni por un segundo que esos banqueros florentinos al servicio del papa se dedicaran al adelanto de fondos por amor al prójimo. Esquivar los peligros del contexto nos vuelve suspicaces, y no vemos altruismo en los actos documentados de los banqueros del siglo XVII.

Historiadores del futuro, historiadores del presente: no aceptéis acríticamente la letra de los documentos. Os intentarán colar de rondón intereses camuflados, precios incompletos, amistades inexistentes, empresarios ectoplásmicos. Ojo. Ojo al contexto.





(*) Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Madrid, Pº 11.716 Folio 122 r – 123 v.